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A
partir de la pandemia muchas cosas han cambiado, se han transformado o mutado;
sin embargo, en una simple hojeada a situaciones ocurridas los últimos días, he
pensado mucho en cómo estamos tan limitados en la crítica social, es como si
fuéramos de esos caballos trotando y con una máscara que no permite ver más que
al frente e imposibilita su mirada periférica.
Damos por sentadas muchas cosas y asumimos
otras que no son, vulneramos a los otros al no visibilizar sus acciones y, por
tanto, presumimos de coherentes, verdaderos, buena onda y certeros.
Un
ejemplo lo tenemos en cómo se ha criticado la visita de Obrador a Estados Unidos, qué
labor para crear discursos que no hacen más que seguir abriendo la gran brecha
oscura y violenta de donde no hemos podido salir; por qué no miramos la caída
de la “GRAN VERDAD HISTÓRICA” sobre los desaparecidos de Ayotzinapa, se ha
abierto ante nosotros una esperanza, una luz dentro de esta podredumbre de
política que nos ha carcomido durante muchos años.
Veo
noticias, leo periódicos, reviso las redes y qué encuentro, críticas que se
sostienen en un hilo de papel. No, así como no somos clase media, tampoco, y
mucho menos, somos empáticos, más aún, somos caricaturescamente crueles y
subordinados. Creemos que somos también correctos, hablamos de moralidad y nos
regocijamos en la mierda.
Pensar
en las familias de los desaparecidos no solamente de Ayotzinapa, también en
esos cuerpos enterrados y olvidados de Pasta de Conchos, en las mujeres desaparecidas y/o
asesinadas de las maneras más atroces y crueles, en los pequeños de la
guardería ABC; solo tratar de ponerme en el lugar de sus familias me da un
escalofrío que llega hasta los huesos.
Seguimos
caminando de la misma manera, no hemos cambiado de suelas y dudo que podamos
hacerlo después de todo esto, la esperanza de encontrar no una verdad, sino de
no sucumbir ante la desaparición de alguien y morir durante su búsqueda, es ya
algo alentador.